Ella caminaba con una bolsa en el hombro, lentes oscuros, la ropa rasgada, lágrimas en sus ojos y un niño en la barriga.
Caminaba en contra del viento, siempre había pensado que si algo o alguien la quería tenía que golpearla, tradición adquirida por la educación impuesta por sus padres. Y ahora el aire lo hacía con su rostro, aún desfigurado de su último amor.
Ese último amor, él, el que la había abandonado, mientras conducía borracho le quitó el cinturón, le pidió que abriera la puerta y la empujó a la calle, provocándole raspones, un dolor en el hombro y un poco de sangrado en la vagina.
Ya habían pasado seis horas, su llanto no había cesado, el dolor cada vez aumentaba y ella seguía esperando a que volviera el que la había abandonado para fingir una sonrisa, pedirle perdón por haberlo hecho enojar, decirle que lo amaba y subir otra vez a su automóvil.
Caminaba en contra del viento, siempre había pensado que si algo o alguien la quería tenía que golpearla, tradición adquirida por la educación impuesta por sus padres. Y ahora el aire lo hacía con su rostro, aún desfigurado de su último amor.
Ese último amor, él, el que la había abandonado, mientras conducía borracho le quitó el cinturón, le pidió que abriera la puerta y la empujó a la calle, provocándole raspones, un dolor en el hombro y un poco de sangrado en la vagina.
Ya habían pasado seis horas, su llanto no había cesado, el dolor cada vez aumentaba y ella seguía esperando a que volviera el que la había abandonado para fingir una sonrisa, pedirle perdón por haberlo hecho enojar, decirle que lo amaba y subir otra vez a su automóvil.
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