Ese día la despertó el sol, esa sensación la tenía pocas veces, ella estaba acostumbrada a una casa diseñada para cumplir con todas sus necesidades y dormir hasta tarde, porque nunca tenía nada que hacer.
Ella fue educada a la manera antigua, no quería esforzarse nunca y jamás lo hizo en su casa, porqué lo haría en la casa de su ahora ex esposo, sin embargo, no volvería a poner un píe en esa casa en la que muchos ni siquiera soñarían vivir.
Una casa enorme, con habitaciones innecesarias, que, sin embargo, ahí estaban, con mujeres dedicadas a su limpieza pero ninguna por gusto, todas por un salario, para que la dueña por un contrato de matrimonio pudiera salir todas las mañanas a tomar un café con sus amigas de la misma escuela de monjas donde las educaron para esta vida.
Pero en esa escuela no la educaron para algo básico, darse valor como mujer, su único valor era como la esposa del licenciado, como la mamá de los niños que iban a escuela católica, como la mujer que tenía la vida resuelta con un anillo, por lo que ella no podía nada sin ese anillo y unos buenos abogados como su esposo.
Ante esta realidad ella no supo hacer nada cuando descubrió a su esposo con otra mujer, mucho menos cuando él le pidió el divorcio porque amaba a otra persona, y cuando obtuvo el divorcio no se dio cuenta de las reglas preestablecidas desde el matrimonio, lo que la dejó en el callejón donde ahora duerme, con las raíces de su cabello castaño natural más largas que sus puntas rubio social, con lo único que la dejó tomar de su casa, el traje Chanel que tenía puesto el día que salió por el garaje en el auto que luego le quitaron y los ojos con arrugas de tanto llorar y tan poco dormir.
Ella fue educada a la manera antigua, no quería esforzarse nunca y jamás lo hizo en su casa, porqué lo haría en la casa de su ahora ex esposo, sin embargo, no volvería a poner un píe en esa casa en la que muchos ni siquiera soñarían vivir.
Una casa enorme, con habitaciones innecesarias, que, sin embargo, ahí estaban, con mujeres dedicadas a su limpieza pero ninguna por gusto, todas por un salario, para que la dueña por un contrato de matrimonio pudiera salir todas las mañanas a tomar un café con sus amigas de la misma escuela de monjas donde las educaron para esta vida.
Pero en esa escuela no la educaron para algo básico, darse valor como mujer, su único valor era como la esposa del licenciado, como la mamá de los niños que iban a escuela católica, como la mujer que tenía la vida resuelta con un anillo, por lo que ella no podía nada sin ese anillo y unos buenos abogados como su esposo.
Ante esta realidad ella no supo hacer nada cuando descubrió a su esposo con otra mujer, mucho menos cuando él le pidió el divorcio porque amaba a otra persona, y cuando obtuvo el divorcio no se dio cuenta de las reglas preestablecidas desde el matrimonio, lo que la dejó en el callejón donde ahora duerme, con las raíces de su cabello castaño natural más largas que sus puntas rubio social, con lo único que la dejó tomar de su casa, el traje Chanel que tenía puesto el día que salió por el garaje en el auto que luego le quitaron y los ojos con arrugas de tanto llorar y tan poco dormir.
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