“Que solo está este lugar” decía ella mientras observaba el cuarto en el que se había encerrado voluntariamente 5 años atrás, escapando de lo que quizás parecía un mundo completamente diferente a ella, un mundo al que no pertenecía.
“Definamos locura” decía el párroco que la educaba en las tardes por órdenes de su padre, máxima autoridad del lugar tan ajeno a ella y que eventualmente tendría que gobernar. El párroco le enseñaba de todo, desde reglas de sociedad hasta conocimientos científicos recientes como el estudio de la pasión o la locura que era el tema de ese día. “Locura es todo aquel ser que por cosas mundanas se ha alejado de Dios, existen locos de avaricia, locos de gula, locos de amor…”
Después de su clase (siempre le había parecido que el verdadero loco era el párroco) decidió adornar su cuarto con color morado, recomendación de una sirena que cantaba en sus sueños y que le advirtió: “cosas increíbles cambiaran tu vida”.
Acabó de arreglar su cuarto y por el cansancio decidió dormir antes de lo normal, mientras soñaba sintió frío, viento y en el viento escondido un “te quiero”.
99 noches pasó lo mismo, un frío la despertaba a media madrugada y el viento le decía “te quiero” hasta que un día decidió no dormir, dejar que el viento la envolviera y la llevara al lugar de donde provenían los mensajes.
Esa noche el viento llegó, ella descubrió que el viento no solo decía te quiero, explicaba un sinfín de sentimientos más que según quien lo enviaba parecían describir el amor.
El viento tomó a la princesa. La princesa voló por los aires mientras el resto de la gente dormía, miraba el techo de las casas y los trazos de las calles, hasta que, acostado en el pasto y mirando las estrellas, la llevó hasta los brazos de aquel que le enviaba los mensajes.
Ella entendió entonces el mundo, la promesa de la sirena, la locura, la pasión, la vida, el tiempo, la explicación de Dios, el significado de los colores, durmió tranquila esa noche, al fin libre de su propia prisión, observó las estrellas, cerró los ojos y abrazada al mensajero, sonrió.
“Definamos locura” decía el párroco que la educaba en las tardes por órdenes de su padre, máxima autoridad del lugar tan ajeno a ella y que eventualmente tendría que gobernar. El párroco le enseñaba de todo, desde reglas de sociedad hasta conocimientos científicos recientes como el estudio de la pasión o la locura que era el tema de ese día. “Locura es todo aquel ser que por cosas mundanas se ha alejado de Dios, existen locos de avaricia, locos de gula, locos de amor…”
Después de su clase (siempre le había parecido que el verdadero loco era el párroco) decidió adornar su cuarto con color morado, recomendación de una sirena que cantaba en sus sueños y que le advirtió: “cosas increíbles cambiaran tu vida”.
Acabó de arreglar su cuarto y por el cansancio decidió dormir antes de lo normal, mientras soñaba sintió frío, viento y en el viento escondido un “te quiero”.
99 noches pasó lo mismo, un frío la despertaba a media madrugada y el viento le decía “te quiero” hasta que un día decidió no dormir, dejar que el viento la envolviera y la llevara al lugar de donde provenían los mensajes.
Esa noche el viento llegó, ella descubrió que el viento no solo decía te quiero, explicaba un sinfín de sentimientos más que según quien lo enviaba parecían describir el amor.
El viento tomó a la princesa. La princesa voló por los aires mientras el resto de la gente dormía, miraba el techo de las casas y los trazos de las calles, hasta que, acostado en el pasto y mirando las estrellas, la llevó hasta los brazos de aquel que le enviaba los mensajes.
Ella entendió entonces el mundo, la promesa de la sirena, la locura, la pasión, la vida, el tiempo, la explicación de Dios, el significado de los colores, durmió tranquila esa noche, al fin libre de su propia prisión, observó las estrellas, cerró los ojos y abrazada al mensajero, sonrió.
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