13.6.11

Amor bucólico

20 de septiembre de 2010

Estoy en mi habitación, entre dormido y despierto. Las sábanas caen pesadas sobre mi cuerpo. Sombra corta de las patas de la mesa, y el silencio domina mi tos. Luisa ya no está.

Ya no estará jamás en su jardín, donde todas las noches veía al cielo, donde nunca dormia vigilando a las estrellas y la luna y de un momento a otro me decía “Amado mío: La luna acaba de asomarse y la escucho cantar; todo es tan indescriptiblemente bello.” y yo bajaba y veía el cielo nocturno a su lado. Eso jamás volverá a pasar.

22 de septiembre de 2010

Hoy iba caminando por la calle cuando de repente se apareció Muriel. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata; su cara, polveada, quería cubrir las arrugas, tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado y el pelo daba la impresión de estar teñido. Parecía un padrote de pies a cabeza. Le conté que extrañaba muchísimo a Luisa, que no podía vivir sin ella, que sentía que mi vida se iba al carajo si pasaba las noches en su jardín sin mirar el cielo a su lado. Él me recomendó que visitara una mansión en el centro, que preguntara por la dueña del lugar y que ella me llevaría con una mujer para curarme la tristeza.

24 de septiembre de 2010

En mi agonía de desamor comencé a delirar, confundo el sueño con la realidad. Hoy amanecí con todas las flores del jardín junto a mi cama después de haber soñado que las arrancaba. Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano ¿entonces, qué? ¿qué es lo real?

Necesito curarme, haré caso de las recomendaciones de Muriel.

25 de septiembre de 2010

Hoy fui a la casa que me dijo Muriel, cuando llegué dije que él me había referido. “Entonces tendrás atención de rey”, me respondieron. Pasé por toda la casa antes de llegar al cuarto que me tenían preparado. La mansión era en verdad hermosa, por más que la fachada se encargara de negarlo. La calle no daba cabida para el cielo al que había ingresado, un cielo repleto de ángeles que caminan por sus pasillos semidesnudas, donde en las habitaciones cerradas se escucha el placer y huele a velas perfumadas y pasión. Imaginé que sería caro, pero me dijeron que los amigos de Muriel teníamos nuestras tres primeras visitas pagadas, que él era un excelente cliente y que iba casi a diario.

Llegué a una habitación muy bien iluminada. En el centro había una cama en forma de corazón con una mujer a cada lado, mi lugar estaba en medio de ellas. Ya no existe el amor cortés, así que no puedo decir que hicimos el amor.

Ya no existe nada, ni las flores que cultivé en el jardín de Luisa, ni siquiera pude sacarle provecho a esas flores tan finas. Bellas orquídeas que saldrían congeladas, en avión, a las mil ciudades donde aún quedara una mujer con fe en las insinuaciones corteses. Sin embargo, eso no era más que una ilusión, actualmente. Ahora, sólo queda el sexo.

26 de septiembre de 2010

Muriel estaba ahí, volví a ir al prostíbulo y lo encontré, ni siquiera había llegado a la habitación; se había quedado en el vestíbulo con dos mujeres bellísimas, volteó a verme y me sonrió. “¿A quién quieres hoy, Justino? ¿A poco no se olvida a cualquier mujer entre éstas bellezas? Inclusive a tu idolatrada Luisa...”

Antes de que terminara la oración, lo tomé del cuello de su camisa desabotonada y lo tiré al piso, comencé a golpearlo brutalmente, hasta dejarlo casi inconsciente, lo levanté fácilmente y lo lancé contra un trinchador de cedro muy costoso y firme sobre el que había un florero.

Ahí estaba Luisa, la maldita flor se había vuelto un adorno en un putero y por eso Muriel quería que conociera ese lugar. Destrocé el florero en su cabeza y comenzó a salir sangre a borbotones de sus heridas. Las mujeres estaban a mi alrededor, gritaban, lloraban, unas consolaban a otras mientras en la calle sonaba una sirena y en la puerta tres golpes secos.

Tomé a Luisa antes de ser apresado y la puse en el bolsillo de mi camisa. Maniatado por la espalda salí del lugar.

28 de septiembre de 2010
Ahora entiendo que debí de creer en Muriel, él me había mandado al prostíbulo para curarme del amor hacia Luisa, pero hay que matar a los hombres para poder creer en ellos. Yo jamás confíe en él, pero necesitaba un cambio.

No cambié. Sin embargo, ahora tengo a Luisa aquí a mi lado, ya estamos juntos para siempre, los dos en esta prisión... Nunca saldremos; nunca dejaremos entrar a nadie...

1 comentario:

Vivian Cárdenas dijo...

Me gustó. Siga escribiendo así y váyase todo derecho, sin descansar, directito hasta una antología de cuentos cortos. De seguir desarrollándose, yo voto por usted para un Villaurrutia.

Léase a Cristina Rivera Garza, "El Día en que Murió Juan Rulfo."