Mi voz ha cambiado.
Ahora hablo infantilmente agudo, todo culpa de un pequeño, amarillo y torpe pollo que se le ocurrió saltar desde un segundo piso mientras yo dibujaba un tremendo bostezo de león en mi boca y en el momento en que el aire entraba en mi garganta entró acompañado del sujeto amarillo.
Por un momento sentí que me ahogaba, pero hice todo lo posible por sacarlo o comerlo, lo que pasara primero. Entre varios cofcofs piopios y argargs el pollito por fin decidió por un destino, lamentablemente ese camino lo llevaba directamente hasta mis intestinos.
Acababa de comerme un pollito vivo y amarillo que me había dejado como único y último vestigio su voz atorada en mi garganta.
Cuando creí que hasta ahí llegaría la historia del pollito llegó una gallina ya entrada en años a reclamarme la muerte de su hijo y como buena madre lo hizo con toda la violencia que puede generar en ella la pérdida de uno de sus retoños.
Picó y luchó contra mis piernas, enfurecida exigiendo le devolviera a su pequeño que se encontraba en un viaje cuyo unico destino era mi estómago por lo que sus súplicas eran inútiles.
Al ver que nada podía hacer llamó al padre del pollito para ayudarle a luchar por el producto de su amor, pero lamentablemente llegaron al llamado un gran pavorreal y un viejo pero valiente gallo.
Estos dos supuestos padres se vieron a los ojos y comprendiéndose engañados comenzaron a luchar entre ellos. La gallina, avergonzada, intentaba separarlos cacareando los argumentos de su engaño.
Que si el pavorreal es mucho más guapo, que es joven, que hace mucho tiempo alguien no me quería de esa manera, que todavía te amo, que fue solamente un desliz, que prometo no volveré a verlo, que ellos no son sus hijos pero podemos intentar tener otros nosotros, hasta que el gallo triste se fue de la escena y el pavorreal, lleno de culpa, lo siguió.
Todo esto sucedía mientras los pollitos que habían visto a su hermano saltar se alborataban entre piopios de tristeza por la reciente muerte del más pequeño de ellos y la sorpresa de saberse bastardos y sin padres después de tal episodio.
Su madre intentó calmarlos y entre tanto alboroto yo alcancé a tallar en un árbol la siguiente frase “aquí murió digno un pollito que se atrevió a saltar a lo desconocido con el simple deseo de conocer”. Puse la fecha correspondiente y me fui procurando no hacer ruido para no exaltar de nuevo a la avergonzada madre.