Las palabras poco a poco me abruman, me absorben, hasta que, por voluntad propia me transformo en literatura, en ficciones, en miles de cuentos que rigen mi manera de actuar en la realidad.
Ese día las palabras se alimentaban de mi, se robaban mi vida, a cada instante entraban por mis oídos y destrozaban toda la cordura, formando de mi mente una orgía de asociación libre de ideas: soy un soñador, los sueños no son realidad, la realidad duele, no quiero que duele, pero los sueños no pueden entrar en la realidad, mi destino es el dolor.
Poco a poco fui cayendo en su juego, poco a poco fui dejando que se apoderaran de mi alma, mi alma es víctima de las palabras.
Sin embargo, cuando mi mente decide vencer la dictadura textual de mi alma, ordena a mi cuerpo escribir, en una hoja, en una computadora, en la pared, llenar todo espacio vacío con palabras, con todas las palabras imaginadas y aún por imaginar, a transformar esta realidad con verbos, sujetos, adjetivos, adverbios, artículos, con todas las formas en que las letras puedan acomodarse para darle sentido a lo que estoy escribiendo.
Solamente entonces me doy cuenta de la belleza atrapada en mi mente, la belleza en potencia, la capacidad de estas palabras de generar arte, de ser una historia, de que, por lo menos, a una persona le haga ver la realidad de una manera diferente y la lleve a una nueva felicidad.
Entonces, y sólo entonces, podré ser feliz, tendré el alma vacía de palabras y habré llenado otra con palabras, que por el simple hecho de cambiar de sujeto cambian su carga de valores y si en mis sueños establecían una dictadura en los demás resignificarán la libertad.